Sociedad

En tiempos de paz, ¿es posible curar la violencia?

En tiempos de paz, ¿es posible curar la violencia?

La violencia desde la optica de la salud publica es un problema muy costoso. Tratarla como una enfermedad y encontrar modos de prevenirla, conectará de nuevo a una sociedad atada a más de 50 años de este flagelo.

Desde que se firmaron los acuerdos de paz en Colombia, se vive una tensa calma. La guerra paró su dinámica diaria de violencia y las zonas rurales respiran una ambiente de tranquilidad que no vivian hace décadas. Lejos de las armas, sanar al país de la calamidad de la violencia, tiene hoy una oportunidad visible, ya que el aire enrarecido que la guerra ejercía en la sociedad y que la mantenía enferma por el ejercicio crónico del horror y la sangre, ha cesado. Por lo menos ha disminuido el discurso de odio, que emitian a diario los noticieros, alimentando en las personas, el miedo, la ansiedad, la permisividad y la indiferencia frente a los hechos atroces. La distensión de la guerra da un espacio para repensar el impacto que la violencia tiene, y que es momento de verla como una enfermedad tratable, y con posibilidad de ser curada por primera vez en muchos años.

La violencia tiene la capacidad de estar en todas partes. Si hay una guerra esta se hace un hábito. Al no existir un conflicto armado, se incuba en el seno mismo de la familia, del barrio, de la ciudad: riñas, ataques sexuales, delincuencia común, episodios de demencia, matoneo, entre otros hechos que desembocan en violencia y millones de personas son heridas o mueren por dichas causas. Según la OMS, la violencia es una de las principales causas de muerte en la población de edad comprendida entre los 15 y los 44 años, y la responsable del 14% de las defunciones en la población masculina y del 7% en la femenina, aproximadamente.

La violencia es un fenómeno sumamente difuso y complejo cuya definición no puede tener exactitud científica, ya que es una cuestión de apreciación. La noción de lo que son comportamientos aceptables e inaceptables, o de lo que constituye un daño, está influida por la cultura y sometida a una contínua revisión a medida que los valores y las normas sociales evolucionan. Sin embargo, si abordamos este fenómeno desde la óptica de la salud encontramos una definición muy apropiada en el concenso hecho por la OMS y definirla como el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. La definición comprende tanto la violencia interpersonal como el comportamiento suicida y los conflictos armados. Cubre también una amplia gama de actos que van más allá del acto físico para incluir las amenazas e intimidaciones. Además de la muerte y las lesiones, la definición abarca también las numerosas consecuencias del comportamiento violento, a menudo menos notorias, como los daños psíquicos, privaciones y deficiencias del desarrollo que comprometan el bienestar de los individuos, las familias y las comunidades.

Bajo estas premisas suena cada vez más contradictorio escuchar voces a favor de los conflictos bajo el velo de la impunidad y la justicia. Si la violencia es vista no como un asunto político, sino como un problema de salud pública entenderemos la prioridad sobre encontrar el origen que contribuye a su generación y lo primordial para sanar la sociedad colombiana en este momento coyuntural. Citando al Dr. Alberto Concha-Eastman acerca de considerar la violencia como un asunto de salud pública podemos resumirla en los siguientes elementos: la alta mortalidad y morbilidad evitables, que afecta especialmente a mujeres, niñas, niños y jóvenes en mayor vulnerabilidad social; la alta inversión médica, que desvía recursos de otras necesidades de salud; la afectación a la víctima, su familia y al ambiente social, con efectos negativos en lo económico, social y psicológico; la alteración de la cotidianidad de la comunidad, el derecho a disfrutar y hacer uso de los bienes públicos; el impacto en el desarrollo de las comunidades que la padecen y el del país en general; y por supuesto las consecuencias sobre el individuo responsable del acto violento.

Al considerar la violencia como una enfermedad, las terapias para su tratamiento deben tener enfoques desde el punto de vista individual, relacional, comunitaria y social. A nivel individual, la prevención de la violencia se centra fundamentalmente en dos objetivos: en primer lugar, fomentar las actitudes y los comportamientos saludables en los niños y los jóvenes, para protegerlos durante su desarrollo (formación vocacional, protección y educación académica y artística); en segundo lugar, modificar las actitudes y los comportamientos en los individuos que ya se han hecho violentos o corren el riesgo de atentar contra sí mismos. Sobre todo, se busca garantizar que las personas puedan resolver sus diferencias y conflictos sin recurrir a la violencia. Desde el campo relacional se busca influir en los tipos de relaciones que las víctimas y los perpetradores de actos violentos mantienen con las personas con las que interactúan más habitualmente, y se centran en los problemas intrafamiliares y las influencias negativas de los compañeros. Las iniciativas de base comunitaria buscan concienciar a la población sobre el problema de la violencia, promover las acciones comunitarias y ofrecer a las víctimas atención y apoyo. Y las estrategias basadas en la sociedad se centran en factores culturales, sociales y económicos relacionados con la violencia, y prestan especial atención a las modificaciones de la legislación, las políticas y el entorno social y cultural más amplio para reducir las tasas de violencia en distintos ámbitos y en comunidades enteras.

Vivir en paz es una posibilidad que esta generación vislumbra con esperanza. Es nuestra responsabilidad darle una oportunidad a estos tiempos de cambio en Colombia y convencer a los escépticos de que estamos frente a una sociedad que necesita sanar de la crónica enfermedad de la violencia.

Redacción y realización: Equipo Farmalium